¿Qué es un “temazcal”?
Temascal en expresiones populares, “temazcalli” para honrar el idioma de los ancestros, con este nombre (tomado de las voces indígenas nahuátl “calli”: casa, y “temaz”, vapor, es decir, “casa de vapor”) se designa en Centroamérica a un espacio sagrado para los antiguos pueblos precolombinos que los historiadores rastrean con diversos nombres refiiriéndose a una costumbre extendida desde lo que hoy es Alaska hasta Tierra del Fuego. Se trata de la costumbre individual, familiar o comunitaria de tomar baños de vapor en cubículos generalmente hemisféricos, con un sector delimitado por rocas volcánicas a gran temperatura —alimentada exteriormente por un horno de leña— donde periódicamente se vierte agua y previamente se han sumergido plantas medicinales. Si bien a partir de la persecución de los conquistadores en la mayor parte de América este hábito desapareció, en México en particular y América Central en general ha persistido hasta el presente, siendo sumamente apreciado por sus efectos relajantes, tonificantes o terapéuticos por miembros de todas las clases sociales.
DESCRIPCIÓN FÍSICA Básicamente el temazcalli es una hemisfera de ladrillo o tierra, sobre piso de tierra o de material —que para el uso se cubre con esterillas— de baja altura (1,20 a 1,60 metros) y de un diámetro proporcional a la cantidad de ocupantes simultáneos. Como dijéramos, cuenta lateralmente con un horno de alimentación exterior que por su parte interior presenta una pared originalmente de rocas volcánicas hoy en día reemplazados por ladrillos refractarios.
La actividad consiste en permanecer en reposo en su interior, en períodos de tiempo que oscilan entre los 50 y los 120 minutos, mientras periódicamente se vuelve a rociar aquella pared refractaria con agua donde previamente se han sumergido por un tiempo hierbas medicinales (combinadas de acuerdo a las necesidades específicas de los ocupantes). Al retirarse del mismo, es costumbre permanecer unos minutos en reposo en una sala contigua, actualmente ambientada con música y aromas relajantes, o se complementa con actividad masofiláctica (masajes).
Las exigencias de espacio físico deben contemplar también una sencilla construcción, anexa al temazcalli, donde se encuentren el o los gabinetes para muda de vestimenta, descanso y actividades terapéuticas, así como ducha y guardarropas.
El temascal guerrero, el temascal místico
Sin embargo, no se ha enfatizado lo suficiente —y yo apenas lo he insinuado en algunos artículos— en la componente espiritual o, más bien, “astral” de la experiencia “temascálica” (ignoro si existe el adjetivo, pero de no, habría que inventarlo). Cité que en una experiencia aparentemente “terapéutica”, un guía “canaliza” las instrucciones que me permiten, hoy, comenzar a reconocerme en mi “nágual”. Asimismo, se le confiere una instrucción que ya relaté, de manera de no ser redundante pero que elimina —y aún hasta hoy— un problema cervical no grave pero sí incómodo. Hubo, en el proceso, percepciones de algo no existente en este mundo pero sí quizás en otro. Ya lo he relatado en “Al Filo de la Realidad” Nº 184 . Relato algo más: la percepción, por parte de él, de un lobo, que asocié a un recuerdo infantil donde en sueños era yo atacado por un hombre lobo (hoy, con más conocimiento del mundo astral, sospecho que se producía por allí la relación). Edgar realizó cierto ritual a lo cual respondí —no lo recuerdo— con contracciones de vómito seco y caí desplomado al suelo. Finalmente, asocio —tiempo después— mi particular simpatía actual por esos mamíferos —de heho, el perro más querido que he tenido era una “alaskian mlamute”, de nombre Khrisna, una perra genéticamente casi emparentada con los lobos— y me pregunto si no se trataría más bien de mi “nagual” que trataba de manifestarse.
Otro temascal “guerrero”, en el cual entramos 22 y sólo lo completamos 8, comenzó a familiarizarme con las exigencias del mismo. Conocido también como “de cuatro puertas” (pues consta de cuatro etapas, en cada una de las cuales se devociona a un elemento de la Naturaleza, elevándose progresivamente la temperatura y con breves descansos intermedios donde no se permite salir a reposar) y por último el inolvidable hecho con el maestro Martín García, de la localidad de Malinalco, de cuatro horas de duración y donde se sumó la experiencia del “peyote”, cactácea alucinógena a la cual mi cuerpo y mente se adaptaron favorablemente: además de darme resistencia extra, me proveyó un estado de agudización de la percepción física excitando los sentidos hasta límites increíbles, profundidad de análisis racional y, durante varias horas, una “indiferencia emocional” a lo exterior (no encuentro mejor forma de definirlo).
Creo que sería fundamental promover la instalación de temascales entre los interesados en estas disciplinas, toda vez que su uso, además de sus innegables efectos terapéuticos, facilitan el despertar de los Arquetipos dormidos. El Sabio y el Guerrero, principalmente, son aspectos de nuestro Yo que a través de la experiencia temascálica se activan y potencian, brindándonos un punto distinto, superior, desde donde reposicionarnos para observar —y actuar— en la vida cotidiana.
EL TEMAZCAL COMO HERRAMIENTA DE INICIACIÓN
Sí, ya sé. dirán ustedes que estoy un poco por demás insistente, tal vez demasiado reiterativo con esto de los temazcales y el chamanismo. ¿Dónde habrán quedado -pensarán algunos nostálgicos- las reflexiones sobre la hiperdimensionalidad de los OVNIs, las investigaciones de campo parapsicológicas, el pragmatismo esotérico?. ¿Dónde, la polémica y el debate, el periodismo paranormal, las técnicas de autodefensa psíquica o los consejos de Feng Shui?.
Estas reflexiones nacieron durante el final de la primera Jornada del Quinto Congreso Anual “Carl G. Jung”, que en Buenos Aires organizara hace un par de semanas la Asociaciòn Junguiana Argentina, bajo la presidencia de mi buen amigo, el doctor Antonio Las Heras. La ocasiòn no era menor; si bien soy el primero que quito demasiada entidad a los títulos académicos, poder disfrutar ese momento (perdón por este dejo de inmodestia) de finalizar más de dos horas de exposiciòn sobre chamanismo y temazcales ante un nutrido público absolutamente académico y formal (integrado por psiquiatras, psicólogos y doctorados en otras ciencias) me abrió los ojos a la alegría intelectual de comprobar que hay un segmento importante de la “inteligentzia” universitaria que comprende que aquí, en estos andariveles indigenistas, hay mucha tela para cortar. Ahí estaban, entre otros, el propio Antonio, el doctor Rodolfo Fischer (Jefe de Servicios del Hospital Neuropsiquiátrico Borda, de Buenos Aires), el doctor Vicente Rubino (psiquiatra, escritor prolífico, crítico de arte, historiador), el doctor Jorge Cabral (Presidente de APSA, Asociaciòn de Psiquiatras Argentinos), el cineasta Eduardo Arranz y tantos otros. Me tocaba hablar una hora y excedido largamente ese término, sorprendido que nadie se moviera un ápice de sus asientos y asistir, incrédulo (debo admitirlo) al cerrado aplauso final y las masivas preguntas que amenizaron en forma de debate el cierre de ese evento me llevaron a preguntarme qué había de especialmente interesante en ésa, mi disertaciòn. Sorpresivamente me di cuenta: la extraordinaria filiaciòn “junguiana” que la filosofía existencial tolteca tenía (¿o debería decir la “toltequidad” del pensamiento junguiano?) sumado (porque, sin sentirme “canal” ni espúreo sintonizador alguno, debo admitir que en ocasiones, comienzo mis conferencias sin saber claramente cuál será el sesgo que le daré a la misma) al cariz original que le imprimí a la misma podía ser la respuesta. Y ese cariz resultó extenderme sobre la naturaleza iniciática de la experiencia del temazcal.
Todo proceso iniciático requiere una relaciòn discípulo – instructor. O, para ser más precisos, una escalera de trascendencia, básicamente de tres niveles: Aprendiz – Compañero – Maestro. Y un contexto, institucional o casi, en el cual ese aprendizaje de las “formas” -rituales- como recreaciòn Microcósmica de procesos Macrocósmicos sean conocidos, practicados, aprehendidos, develados sus arcanos significados y significantes, aplicados y sostenidos en el tiempo. Esa es la razón de ser de todas las sociedades iniciáticas. Y el kalpulli lo es también.
Un “kalpulli” es una hermandad de transmisiòn del conocimiento ancestral originario. Su naturaleza es iniciática. Los “tekius” o “trabajos” hechos en su seno y por instrucciòn de sus superiores, los ritos de paso, todo ello propende a despertar en el estudiante y practicante -porque en Esoterismo no se es una cosa si no se es la otra- cualidades espirituales sobre las cuales no tiene sentido abundar, toda vez que no es su razón de ser la de presumir ante terceros sino para que cada uno, cada una, sepa dentro de sí que pule de la basta piedra bruta que en masónica alegoría es nuestra naturaleza.
Pero una iniciación esotérica, por cumplimiento de la Ley de Correspondencia (ver al respecto mi trabajo “Fundamentos Científicos del Ocultismo”) debe ser operativa y filosófica. Filosófica, porque propende al conocimiento en virtud del Conocimiento en sí. Y operativa, porque debe ser herramienta de Cambio, de modificaciòn. En síntesis, de Evoluciòn.
Pero una evoluciòn egoísta, centrada y finita en el individuo, desacraliza la iniciaciòn que le ha sido conferida. Porque la evoluciòn debe irradiar hacia el entorno. Si la filogénesis repite la ontogénesis, la razón de ser de las búsquedas espirituales debe ser también incidir, actuar, impulsar la evoluciòn del entorno del individuo. Como un campo radiante que se extiende y derrama a su alrededor, todo Iniciado tiene el deber moral de transmutar y transmutarse, de ayudar y ayudarse, tanto en lo físico como en lo espiritual.
Y el “kalpulli” como contexto, y la Inkaltonatl (ciencia espiritual tolteca) lo son en grado sumo. En algún momento me referiré a las posibilidades sociales y económicas (y por lo tanto, políticas) que el kalpulli puede brindar a la colapsada sociedad contemporánea. Quizás más cercanos al concepto de un arcano cooperativismo, psicológico antes que social, los pueblos originarios pudieron haber escrito, si se les hubiera permitido, una historia distinta. sospecho -más aún, estoy convencido- que una de las razones históricas para arrasarlos, someterlos y esclavizarlos en la pobreza y la ignorancia a través de los siglos es, precisamente, el conocimiento que los Poderes en las Sombras tienen que un despertar de la conciencia originaria (si les suena mejor que “conciencia indígena”) conlleva necesariamente el colapso del sistema consumista y dominante eidéticamente de los últimos quinientos años. Tras las matanzas de Chiapas, tras el Ejército Zapatista de Liberaciòn Nacional y su Subcomandante Marcos (¿alguna vez se preguntaron, si Rafael Sebastián Guillén Vicente -tal su presunto nombre real- es el “subcomandante”, quién -o quiénes- son los “comandantes”?), la masacre de Tlatelolco en 1968 se esconde más, mucho más, que intereses políticos del momento.
Por eso toda iniciación -y la indigenista lo es- requiere de tres elementos.
En primer lugar, la organizaciòn heredera del Conocimiento, del linaje.
En segundo lugar, un Maestro, un Iniciador, un Guía.
En tercer lugar, un Espacio Sacro y un Ritual (o varios): El temazcal
Y el temazcal es ese espacio sagrado. Es un Templo, pues, en primer lugar, allí se establece -si simbólica o expresamente, depende del Nivel de Realidad en que se ubique el iniciado- una conexiòn entre el ser humano y la Madre Tierra (Tonantzintlalli o Pachamama). En él se re – crea el re – nacimiento (en este caso espiritual). En él se amplifican los miedos, la Sombra, los deseos, se aplasta el Ego y en ese Tlazolteótl (“la fuerza que destruye y crea a sí misma”), transforma el cuerpo del ser humano en un atanor dentro de otro atanor para catalizar un verdadero proceso alquímico de donde será Piedra Filosofal el Quetzalcoatl, el Tezcatlipoca, el Huitzilopochtli o el Xipec Totec que despierta dentro de cada uno.
Por supuesto, también puede usarse para la terapéutica física o meramente psicológica, de la misma manera que el templo cristiano, judío o budista también puede ser visitado por turistas, para tomar fotos artísticas, para conocer la historia de una localidad. Pero que en el momento del ritual, se transforma en otra cosa.
Entonces, pasar por sucesivos temascales (sean éstos terapéuticos, guerreros o místicos) es someter a la materia, nuestra materia, al “disolve et coagula”, una y otra y otra vez. Hasta que la negra costra comienza a desprenderse permitiendo brillar al Sol la estrella que en su interior fue transmutada de bajos elementos a otros de orden Superior.
TEMAZCAL: Sanaciòn, Terapéutica y su presencia en tierras australes
A lo largo de numerosos artículos en “Al Filo de la Realidad”, he descripto la naturaleza y fines de la práctica del temascal, el baño de vapor indígena tan habitual en Norte y Centroamérica, y sus propiedades. Estas líneas no tendrán entonces como fin ser didácticas sobre el mismo (a quien le interese, le recuerdo que en nuestro blog, “Al Filo de la Realidad”, secciòn “Descargas” tienen a su disposición el e-book gratuito “Un ensueño entre serpientes y jaguares” donde, amén de mis andanzas en tierras mexicanas, relato el tema con más extensión) sino reflejar algunas observaciones y experiencias personales, con el confesado propósito de estimular a quien no haya realizado aún la experiencia a participar en una.
Debo comenzar, sin embargo, por una pequeña cita para mí reveladora. En mis conversaciones con especialistas en tierras del Ánahuac, ellos me referían, constantemente, su certeza que el temascal, insisto, como baño de vapor terpéutico y místico, supo extenderse alguna vez por todo el continente americano, desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Empero, si bien pueden hallarse evidencias en el actual territorio de Estados Unidos y América Central, no me había sido posible, hasta ahora, detectar indicios entre nuestros pueblos originarios de Sudamérica, al punto que alguna vez llegué a pensar que tal vez era sólo un rumor, una expresión de deseos. Pero no.
Y el grato hallazgo ocurre precisamente entre uno de los pueblos menos conocidos –y tal vez por eso- más enigmáticos del actual suelo argentino: los comechingones (1), habitantes de la provincia de Córdoba. Más precisamente, en el Valle de Punilla. Más aún, con intensa presencia en las regiones de Capilla del Monte, Ongamira y alrededores. No creo que sea casual esto; la inluctable relaciòn energética entre esta regiòn y Tepoztlán, en México (y que he descripto en “Ecos chamánicos entre Tepoztlán y Capilla del Monte”, ) da otro sentido a la repetición, en estas tierras australes, de prácticas tan difundidas entre los pueblos toltecas y otros.
La cita en cuestiòn la hallé en “Relación de las provincias del Tucumán” (1582) de Pedro Sotelo de Narváez: “… acostumbran meterse en las casas debajo de tierra y muy abrigadas, a sudar, como manera de baños, y de allí salen, después de sudar mucho, a que les de el aire, aunque se enjugan dentro”.
De hecho, un temascal. A sabiendas de la profunda mística de estos pueblos, capaces de erigir centros ceremoniales de propiedades aún desconocidas, es inevitable trascender la mera casualidad. Por cierto, cuando en Xochicalco, en esa verdadera “universidad del espíritu” tolteca escuché los fundamentos de un encuentro continental de sabios, allá por el 650 de nuestra era, y cuando fui reuniendo evidencias que establecían una identidad cultural entre el Tawantinsuyu y el Ánahuac, la casualidad se transforma en causalidad.
Repasemos algunas de esas evidencias, no necesariamente en orden de importancia, sino como afluyen a mi recuerdo:
– El calendario religioso de 260 días.
– El uso de cuerdas anudadas como registro contable, calendárico, etc. El “Mecatl” en el Norte, los “kipus” en el Sur.
– La “cultura de las pirámides” aterrazadas
– La presencia del pueblo Purépecha en México, con raíces lingüísticas quechuas en su lenguaje, capaces también de construir grandes canoas para navegación “portulana” (con la costa a la vista) con las cuales, está demostrado, llegaron del Perú a México en tiempos remotos.
– El aspecto de cráneo alargado tanto de Qurzalcoatl como de Viracocha, y la persistencia de la costumbre ritual de alargar cráneos desde el nacimiento.
– El ciclo cósmico de 52 años.
– Correspondencias culinarias, como los tamales (¡qué inclusive se llamaban con el mismo nombre desde épocas prehispánicas!) en la actual Argentina como en México.
Y ahora, también los temascales.
Autor del Artículo: Gustavo Fernández, Temachtiani (Consejero) del Kalpulli "Agrupación Difusora Casa del Cóndor" de Paraná (Argentina)
P.D. Aprovechamos para comunicaros que durante los días 5, 6 y 7 de Mayo de 2017, Gustavo Fernández se desplazará hasta Catalunya para llevar a cabo una nueva Formación de Guías de Temazcal. Si estáis interesados podéis consultar el evento en Facebook siguiendo el siguiente enlace: https://www.facebook.com/events/299497510387338/
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