Libro de Esencia Divina (Teoamoxtli)
Aquí
comienza lo que se dice acerca del fundamento de la Toltecayotl,
tal como
lo oímos y recibimos de nuestros antepasados por su boca,
Huehuetlatolli, palabra de los mayores, cuando nos enseñaban en secreto y
nos
prevenían cómo transmitirlo oralmente a nuestros hijos, para que a su
vez, lo
hicieran comprender y sentir a sus sucesoras generaciones.
Escuchad y
sabed que al principio nada era, nada existía, solamente Él,
Ometekuhtzintli, por siempre y para siempre ha existido.
Pero Ometekuhtzintli
es, en verdad, todo poderoso y se basta a Sí
Mismo para
crear y creó.
Y luego
dijo:
“Que
tenga vida todo lo creado y sea a su vez creador. Y si no crea, que
perezca”.
Y Ometekuhtzintli
después de haber creado muchas cosas, creó los
cielos y
la Tierra.
Pero al
principio la Tierra no tenía forma, porque la forma todavía no
existía.
Pero Ometekuhtzintli
creó la Voluntad que es invisible, porque sólo
es una
fuerza y le llamó y le llamamos Huitzilopochtli.
Y Huitzilopochtli
hizo la forma. Y con esa Forma hizo los montes,
los valles
y los ríos. Los lagos y los mares. Y cuando ya no pudo crear más, y
sintiéndose
próximo a perecer, oró por primera vez.
Su actitud
agradó a Ometekuhzintli y por ello Ometekuhtzintli creó
la luz.
Enseguida creó el calor y el frío, las nubes y los vientos.
Y luego el
relámpago y las tempestades.
Entonces
comenzó a llover sobre la Tierra y poco a poco fueron
naciendo
las plantas y los animales que viven en la tierra y el agua.
Pero al
principio las hierbas y los árboles no tenían color, las flores
carecían
de aroma, y todo cuanto existía sobre la tierra se mantenía quieto y
silenciosamente.
Entonces Ometekuhtzintli
creó la Inteligencia,
a la que llamó y le
llamamos Ketzalkoatl,
y le asoció a Huitzilopochtli
y ya unidos hicieron
ambos el
color primero.
Luego el
olor, el sabor y al último el sonido.
Enseguida,
Huizilopochtli y Ketzalkoatl recorrieron la Tierra de la
regiòn del
frío a la del calor. O sea, del rumbo por donde sale el sol hasta
aquél por
donde se oculta. Así fueron pintando de verde las plantas y los
árboles,
dando aroma a las flores y sabor a las frutas.
Luego
llamaron y reunieron todos los pájaros.
A unos,
los vistieron con plumaje de vistosos colores, a otros les
enseñaron
a bailar.
Por
último, fueron a pintar la jícara celeste con el color zafiro de los
mares y
sintiéndose próximos a perecer, oraron.
Oraron y
todo cuanto ya tenía vida en la Tierra, oró también.
Entonces
los remansos se alborotaron, y sus aguas y las plantas que
llevaban
se agitaron, murmuraron, y saltaron los ríos por primera vez.
Los
pájaros de vistoso plumaje volaron por encima de los árboles,
cantaron
los que sabían cantar y los demás se pusieron a bailar.
Las flores
se transformaban en mariposas y volaban, volaban por todas
partes y
por todas direcciones.
Pero las
que volaron hacia arriba fueron apagando la luz a medida que
ascendían.
Y cuando llegaron al Cosmos, la luz se apagó completamente.
Así nació
la noche, mientras la tierra comenzaba a bailar.
Las
mariposas que llegaron al firmamento, no quisieron volver a la
Tierra y
se transformaron en estrellas, y hasta ahora, allá están batiendo sus
alas.
Todos
estos hechos fueron del agrado de Ometekuhtzintli
y por eso
creó la Memoria
a quien llamó y llamamos Tezkatlipoca, y la asociò a
Huitzilopochtli
y a Ketzalkoatl,
dictándoles este destino: “Vivirán
siempre
cerca
y juntos y su unión se llamará Tlokenahuake”.
Las tres
potencias creadas no querían estar inactivas para no perecer.
Por eso
accionaron precipitadamente…
Pero con
tal precipitación se produjo entre ellas una tal enorme
incoherencia
que Ketzalkoatl se alejó, Huizilopochtli también se alejó.
Entonces
Tezcatlipoca quedó completamente solo.
Entonces
sobrevino una gran sequía.
Los lagos
y los ríos, las hierbas y los árboles se secaron.
Los
animales perecieron, la Tierra quedó estéril y la luz se apagó.
Luego, Ometekuhtzintli
los llamó a su lado y humildemente se
encaminaron
al Omeyocan1 donde todo es creado.
1 “12ava dimensión
del Cosmos”, en
la traducción original
Omeyocan
Y estando
ahí, esto pasó en su presencia y obró Ometekuhtzintli.
Emergió
una gran gota de sangre que fue cayendo poco a poco hasta llegar a
la primera
dimensión del cosmos, en donde quedó flotando.
Luego esa
gota de sangre brilló.
Y con su
brillo alumbró el firmamento e iluminó la Tierra, comenzando
a
fecundarla.
Así fue
como nació nuestro Padre el Sol, Tonatiuh. Tonatiuh lanza
sus rayos
hacia Tlali, la Tierra, y la fecunda. De esta unión nacieron los
primeros
seres.
Tonatiuh
Enseguida
les pintó con el color de la tierra y fue cuando por su
poderosa
voluntad, comenzaron a crecer y siguieron creciendo durante trece
meses.
Y entonces
nació el primer ser.
Y trece
días después nació el último.
Conforme
iban naciendo sintiéndose muy solos.
La soledad
les infundó temor que se acrecentó más y más, hasta
convertirse
en terror que les hizo gritar de desesperación y lloraron mucho.
Pero el
padre Sol los consoló con sus caricias y tranquilos ya, cada uno
de ellos
sintió ansia de estar cerca de los demás para cumplir su destino.
Y mediante
penosos esfuerzos, trataron de acercarse más y más.
Y cuando
ya no era mucha la distancia que los separaba, cada uno de
ellos
quiso comunicarse con los demás, pero les fue imposible porque Uno
Águila
Kuauhtli sólo podía ver.
Dos Jaguar
Ozelotl, sólo podía oír.
Tres
Serpiente Koatl, sólo tenía tacto.
Cuatro Conejo
Tochtli sólo percibía los sabores, y
Cinco
Venado Mazatl, sólo podía oler.
Esto les
causó gran sorpresa que después se hizo temor, que
acentuándose
más y más, se convirtió en terror.
Entonces
cada uno de ellos quiso separarse violentamente y huir de los
demás,
pero al intentarlo, el terror se hizo más intenso y por eso cada uno
decidió
acercarse a los demás.
Tras
esfuerzos dilatados y penosos, lograron un avance, luego otro y
otro más,
notando que cada nuevo avance se hacía más corto y más intenso el
esfuerzo
que requerían.
Y así, sin
descansar, ellos pasaron muchos años hasta que un día sus
esfuerzos
fueron tan intensos, que sus cuerpos sangraron y sus sangres se
mezclaron,
formando una gran gota. Acercándose más todos bebieron de ella.
Después de
esto se sintieron tan cansados que luego quedaron profundamente
dormidos y
en sueños vieron al Padre Sol entre ellos y le oyeron decir:
“Ometekuhtzintli
quiere que estén cerca y juntos hasta formar un
solo
Ser”.
Luego
despertaron y al mirarse notaron que entre ellos existía un gran
parecido.
Con
penosos esfuerzos siguieron luchando para acercarse entre sí más y
más,
notando que después de cada avance su parecido se acentuaba más y
más.
Así
pasaron muchos años para ellos.
Pero un
día en que su esfuerzo fue más intenso, sus cuerpos sangraron
bastante
hasta quedarse sin sangre.
Sus
sangres entonces se mezclaron formando una gran gota de la que
todos
bebieron hasta consumirla.
Luego al
verse se hallaron tan parecidos que de ello se asustaron tanto
que
buscaron refugio entre ellos mismos, se abrazaron precipitadamente.
Y su
abrazo fue estrechándose más y más, a medida que sintieron
acercarse
a la muerte.
Y estando
ya en agonía, de pronto sintieron una gran comodidad y
después una
gran serenidad.
Entonces
trataron de extender los brazos en cruz para separarse, pero
ya nadie
pudo hacerlo, pues ya no eran cinco, eran uno: Tlokenahuake.
Tlokenahuake
quedó solo un día, estando profundamente dormido, en
su sueño
volvió a ver al Padre Sol y le oyó decir:
“Ometekuhtzintli dice que tu misión es descubrir y crear, y
que si no descubres o
creas, perecerás”.
Y mucho
tiempo después sucedió esto:
Tlokenahuake
en sueños volvió a ver al Padre Sol cerca de él y le oyó
decir:
“Tlokenahuake, Ometekuhtzintli quiere que la tierra sea
poblada”.
Entonces
despertó sobresaltado y se fue a bañar y al regreso encontró
en su
lecho un ramo de cinco flores. El admiró sus colores y aspiró
deliciosamente
sus perfumes; enseguida las tomó y se frotó el cuerpo con ellas
hasta que
nada quedó en sus manos. Volvió a acostarse y quedó nuevamente
dormido, y
en sueños vio que las flores salían de su cuerpo para formar otra
vez el
ramo.
Quiso
tomarlo pero desapareció y en el mismo instante apareció entre
sus brazos
una bella mujer, Makuilxochitl, Cinco Flor, que le sonreía
amablemente.
Él
admirado la contempló y acarició con ternura, peor recordando el
mandato de
Ometekuhtzintli sembró en ella ochocientas veces, sembrando en
cada vez
una gota de sangre, con fragmentos de su carne y huesos.
Tlokenahuake
vio así como él iba desapareciendo poco a poco, hasta
perderse
completamente y dejar de existir.
En ese
mismo instante salía el Padre Sol y vio levantarse de su lecho
cuatrocientas
parejas de hombres y mujeres.
Esas cuatrocientas
parejas fueron la primera generación de nuestra raza.
Aquí
acaba, aquí concluye la palabra antigua que recibimos de nuestros
antepasados,
ahora la transmitimos a los que llegan tras de nosotros para que
la
conozcan, la respeten y conserven, y a su vez, la transmitan verbalmente a
las
sucesivas generaciones, para que nuestra raza no se pierda, sino que resurja
y cumpla
su destino.